Nací en Bahía Blanca, Argentina, sin embargo los primeros recuerdos de aquella ciudad pertenecen a mis once años cuando regresé luego de siete traslados. Las mudanzas son el origen de una estructura del pensamiento que me habitará siempre. Porque trasladarse no es sólo cambiar de lugar, sino estar casi siempre lejos de lo que uno ama.
Estudié letras, construí una casa, planté en ella un sauce, un tilo y un plátano. Ubiqué mi cuarto en forma tal de ver a los ojos cada atardecer desde mi ventana. Me casé con el hombre que amo, tuve las hijas que hubiera elegido, me trasladé a Córdoba, trabajé, amé dar clases de literatura, fui feliz con mis alumnos, me reí con mis colegas, tuve otra casa en la que planté Damas de Noche robadas de los caminos cercanos a Saldán. En el nuevo jardín enterré a nuestra vieja perra Niebla, puse sobre ella flores que dieron semilllas que más tarde guardé en un frasco con una etiqueta que versa: Semillas de Niebla,porque ella seguirá floreciendo donde nosotros vayamos, incluso en macetas que ahora habitan en Sicilia.
Escribí a pesar de mi misma, con hijas dormidas sobres mis rodillas. Escribí siempre y a pesar de todo. Leí cuanto pude y me faltará siempre tanto. Gané concursos de poesía y cuento. Escribí dos novelas. Escribo, ahora, una Bitácora de viaje que ,alguna vez, espero terminar.
Cuándo concluirá mi viaje?
A veces creo que estoy signada por la sangre árabe de mi abuela Ángela, o por las rutas inmigrantes de mi abuelo italiano, Enrique, o la abuela española, María. Tal vez en sus viajes de ida se esconda la razón de mis partidas y quizás mi abuelo Benigno, hijo de una familia española afincada en Argentina desde antes de la colonización, me imprima este anhelo de pertenencia telúrica que me vuelca los ojos siempre hacia el Sur.
Ahora escribo desde Italia, desde mi isla que es Sicilia. Las Tres Marías tienen una inclinación distinta y la luna está al revés. Ya no puedo ver su cara, ni el bote con un lacayo y un rey que creía navegaban en ella cuando de niña la miraba y era tan, pero tan pequeña.
Tuve una infancia feliz: anduve a caballo cuanto quise, conocí pueblos con calles de tierra, viví carnavales en los galpones de un ferrocarril que ha desaparecido, corrí en patines de ruedas naranjas, pasé siestas enteras sobre una higuera, recogí los frutos de la quinta de mi abuelo, caminé mil veces hasta la Ermita de Saavedra, me lavé el pelo con agua soleada de tanque, vi luciérnagas enormes, vi estrellas fugaces, tomé leche recién ordeñada en el campo de los abuelos, dormí con bolsas de agua caliente en los pies, bajo un plumón morado; amé profundamente, extraño tanto aquellas cosas...
La vida me ha sentado frente a toda la mitología que estudié: frente al Jónico, frente a Polifemo, Ulises, las Sirenas.
Ahora también soy feliz, profundamente feliz, adultamente feliz y estoy escribiendo la otra parte de mi biografía hasta nuevo aviso de mudanza, traslado o exilio.