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Estamos hechos de palabras.

Palabras que hemos escuchado, hemos dicho, hemos tratado de olvidar, hemos querido decir, hemos vuelto a pronunciar.

Hechos de una historia más narrada que vivida. Porque nuestra historia no es nuestra historia, sino lo que contamos de ella y, así, terminamos convencidos de que es la nuestra.


Datos personales

viernes, 23 de abril de 2010

"Sueño el sur,
inmensa luna, cielo al revés...
te quiero sur, te quiero"
Pino Solanas

" El sur, el sur también existe"
Joan Manuel Serrat


Mientras el Norte renace y huelen a flores sus calles
En el Sur algo se está muriendo.
Misterio de paralelos y líneas imaginarias
Más ciertas que una idea
Más determinantes que un sueño.
Guiones sobre un mapa,
Trópicos de transición
Destinos diversos
como el sentido de la brújula
que siempre indica el Norte, o arriba…
Yo me pregunto, a veces, dónde está la fuerza,
dónde el magnetismo mayor o
quién decidió que la punta de la flecha
indique por toda referencia
otro sitio bien distinto al mío.
Cuando era niña y jugaba a los indios
Yo tensaba el arco, colocaba la rama de pino en la cuerda
Y con el impulso nacido en un sur imaginario
Salía disparada hacia el cielo…
De todas formas aquí, ahora, la primavera está instalada
Y el sur se muere de frío, de abuso y olvido….




martes, 6 de abril de 2010

Camino de la escuela

Yo iba al colegio caminando por entre callecitas de tierra,bordeando el viejo cine,
pasando por la casa del fotógrafo al cual Victoria y yo le dejábamos abierta la puerta para que sonara interminable su timbre de anuncio de clientes.
Iba sola con mi portafolios, que no era mochila en esos tiempos, sino una cartera pesada color verde sapo, con bolsillos laterales llenos de plasticolas abiertas, secas e inservibles.
Llevaba un Manual, el Peuser o el del alumno bonaerense y allí habitaba todo el conocimiento del año: matemática, historia, geografía, biología, castellano y literatura. Llevaba, además dos o tres cuadernos, una cartuchera, una tijera,papel de calcar, algunos mapas (casi siempre arrugados) y un vasito plegable color rojo para tomar agua del bebedero de la escuela. No era yo de los chicos que portaban merienda, no. Mamá siempre decía que se merendaba en casa, entonces yo recuerdo aún con deseo las carasucias de Marina o las bolsitas con merengadas y los caramelos de otros niños. Para mí los recreos eran, sobre todo, mirar a la portera cuando estaba por tocar la campana pues la primera campanada indicaba la orden de permanecer en su sitio y la segunda dirigirse hacia la fila. Demás está decir que al ver su mano tomar la cuerda de aquella invertida taza de bronce yo fingía la más estrafalaria figura corporal para permanecer en ella hasta el próximo Tan-Tan-Tan.
Luego todo era volver a hacer silencio en clase. Oir a la maestra, ponernos de pie al ingreso de alguna autoridad, escribir las composiciones en las que se corregía desde el tema, la adecuación, la ortografía, la puntuación, la letra y la prolijidad.
Recuerdo todo aquello con naturalidad, como una cita que la vida nos deparaba (nos gustase o no la idea).
El secundario ya fue otra cosa: Colegio de señoritas, formar parte del coro de la capilla, estar atenta a los peinados, las posturas, los anillos, los chicos que esperaban afuera nuestra salida. Recuerdo el secundario con una especie de fastidio molesto y antinatural y recuerdo las mañanas heladas, formadas todas en el patio abierto cantando Aurora mientras la bandera ascendía tan lentamente cuanto duraba la canción patria. Yo me preguntaba: Cómo es posible que estas mujeres hayan elegido ser profesoras? Yo, en sus lugares, estaría durmiendo en casa, sin despertadores que sonaran a las seis de la mañana! Recuerdo profesoras verdaderamente detestables, una principalmente, que me llamó a dar lección de matemática el primer día luego de las vacaciones de invierno, en la primera hora del lunes. Trigonometría. Por supuesto que cuando dijo: Villanueva! yo sólo atiné a decir: Presente! Luego me pondría un uno (uno de los tantos) y me enviaría al banco expresando que mis fórmulas eran "Cosa de Mandinga".
A otras profesoras las recuerdo como si reconociera en ellas el origen de mi vocación.
Un día me descubrí a mí, mirando a mis alumnos y haciéndoles gestos de que se callaran mientras entonábamos: Salve, Argentina, bandera azul y Blanca... y recuerdo que la enredadera del San Patricio, la falsa parra, estaba morada a inicios de otoño y era yo quien ahora estaba allí, levantándome temprano para ir a dar clases de Literatura.
Lo que esta mañana me trajo aquellas imágenes estará provocado, tal vez, porque extraño entrar al curso y ver que luego de tanta disciplina impuesta, mis alumnos se ponían de pie. Y extraño, seguramente, mis conversaciones con ellos, el raro silencio en mis horas, las manos levantadas y las discusiones sobre si Sor Juana tenía razón o si Hamlet era o se hacía, o si la vida valía la pena. Porque antes que nada mi presupuesto con ellos siempre fue: primero el respeto, casi temor... que luego, para querenos, tenemos todo el año. Y así terminó resultando.
Nos hemos querido, me han temido, les he temido, nos hemos necesitado, los sigo necesitando.
Hoy, no digo que cada mañana, hoy especialmente yo siento unas profundas ganas de tomarme un café en sala de profesores, luego de tres horas de clase agotadoras. Hoy, no sé bien por qué, yo quisiera escucharlos decirme: Miss, viste la nota que salió ayer en el diario? (sólo para demorar mis disquisiciones literarias o lingüísticas).
Hoy, como sucederá en otros días, siento deseos de poder hacer algo para dejarles una huella indeleble relacionada con la vida que se va, una huella de voces y aromas a libros y espacios para pensar.
Será, quizás, que he visto cómo vienen las cosas últimamente.
Pienso por ejemplo en el amor, pienso en la memoria, pienso en el legado, pienso en las miradas, pienso en los silencios... Ya no se escribe "a mano", ya no se perfuman infantilmente las cartas, ya no se mira a los ojos, ya no se bailan lentos, ya no se escucha la voz al oído de aquel que te sacude las visceras con su presencia, ya no se tocan las manos como primer reconocimiento del otro, ya no se está sobrio para poder percibir la belleza y distinguirla del deseo. En esta noche cibernética todos los gatos son pardos. Y yo siento hoy muchas ganas de distinguir pelajes, colores, huellas en los tejados o en los cimientos...
Pero ése, ése justamente, es otro tema.
Y mañana será otro día y tal vez ya no sienta estas ganas inexplicables de seguir haciendo la escuela.