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Estamos hechos de palabras.

Palabras que hemos escuchado, hemos dicho, hemos tratado de olvidar, hemos querido decir, hemos vuelto a pronunciar.

Hechos de una historia más narrada que vivida. Porque nuestra historia no es nuestra historia, sino lo que contamos de ella y, así, terminamos convencidos de que es la nuestra.


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lunes, 24 de mayo de 2010

A Marina Fernández, por su magia de siempre…



“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”
Pablo Neruda

Podría decir, por ejemplo,
Que recién miré un crepúsculo violáceo sobre el Jónico,
Que esta tarde sonaron los violines de la escuela y sonreí,
Que tomé un cortado frente al Castello y anochecía,
Y un perro de bigotes grandes cantaba
Mientras la noche se iba como si nada.
Podría decir, por ejemplo,
Que se me detuvo el tiempo esta mañana,
Decir que, a pesar de tanta pérdida temprana,
No acepto, ni lo haré nunca,
Las pérdidas tempranas.
Cómo sigue la vida.
Sigue como si siguiera,
Como si nada hubiera terminado,
Como si los pájaros no comprendieran
Que es hora de hacer silencio,
Como si los geranios no lograran vestirse de luto,
Como si las radios no supieran que “ya basta con la cosa de siempre”.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Decir que haz estado hoy más que nunca,
Más que siempre,
Más que eternamente
Y en todo,
La tarde, los violines, las barcazas,
Los pescadores,
La luna menguante,
Los cactus en flor,
El murmullo obsceno de la gente,
Las risas de aquellos que hoy tienen ganas,
Los autos que circulan impávidos,
Los niños con su aire de “para siempre”,
Los enamorados con su gesto ensimismado,
Los ancianos que aún caminan y
Les pasó la vida, y algunos reniegan.

Borges recomendaba no escribir así, no en este estado
Doloroso, recién amanecido.
Tendrá razón, serán estas palabras no muy poéticas,
No muy bien dichas, cercanas a lugares comunes, dolidas,
Mal seleccionadas,
Vulgares, tan dichas…
Me pasa que no sé cómo decir
Que sólo me resta aceptar
Que te voy a extrañar, Marina,
Y qué no sé cómo
Pero mañana seguirá amaneciendo,
Y seguiremos viviendo
Como siempre,
Pero sin vos.

martes, 11 de mayo de 2010

Distancia y tiempo

A Gabriel,por supuesto...


La verdad es que hoy el día amaneció hermoso. Será por eso, acaso, que por fin me siento en el rincón de siempre, frente al Mediterráneo, a ver deslizarse el mar de derecha a izquierda,o tal vez sea por otra cosa. Por el ventanal que da al balcón se asoma la orquídea lavanda que me regalaste hace más de un mes y los lazos de amor cuelgan hacia el jardín vecino como manos. Me provocan risa sus brotes, como si fueran dedos apiñados, como varias manos y varios dedos que cuelgan inertes o limosneros.
Yo sigo acá, con esta vida que se me va entre sandeces. Me levanto, llevo las nenas a la escuela. Regreso y salgo a caminar por el camino aledaño al mar. Desciendo muchas veces entre las piedras lávicas que conforman la isla y me siento entre los intersticios negros para que nadie pueda verme. A veces me ubico de frente al sol y otras veces miro sin encandilamientos los barcos de los pescadores que regresan de sus faenas. No sé por qué, pero creo que ellos son felices, aunque hayan pescado poco o aunque hayan pasado frío en estas noches casi últimas de invierno. Yo, en cambio, suelo estar tan triste… No sé cómo explicarte. No se debiera estar triste en mañanas como ésta. Yo debería amanecer o irme a acostar mirando la casa, las nenas, tus fotos, la cuenta del banco que finalmente no está en rojo y, entonces, debería habitarme una fe, una serenidad, una plenitud inabarcablemente grandes. Sin embargo, no me sale.
Será que la vida te ha llevado lejos este tiempo y, entonces, yo pretendo ocupar un lugar que no puedo y se sobredimensiona mi lugar de madre y mujer que trabaja y amiga ausente de todos y… será eso, simplemente. O será, por qué no, que me cuesta encender las luces de la casa por la noche, abrir un vino blanco para mí sola (cuando oscurece, sólo entonces), y cenar con las nenas conversando vaguedades y riendo y luego irme a acostar y cepillarme el pelo, vestirme con este camisón que compré pensando en vos, ponerme unas gotitas de perfume (qué rara soy a veces) y mirarme, por última vez en el día, sabiendo que no me verás. Hay días, te aseguro, en que pienso: Qué lindo si nos viera reír como lo hacemos, qué bonito sería que huela el aroma a niñas que dejan las nenas en su cuarto cuando se van a la escuela, qué suerte sería que fueras vos a buscar a la mayorcita de sus primeras fiestas y yo los esperara despierta para conocer las novedades amorosas de ella. En fin, suelo pensar: Qué lindo sería si fuéramos como otras familias, más normales, más juntos, más cansados el uno del otro. Pero, eso a mí no me ha tocado en suerte porque los días nunca son iguales cuando vos no estás. Nunca son iguales cuando yo no estoy (o no estaba) y vos te ibas con ellas a casa de amigos y familia para no asumir mi vacío.
Te imagino en Tanzania, rodeado de los colores de África: las pieles oscuras envueltas en púrpuras y naranjas. Los Masai en medio de tu posta en Kilimanjaro. Imagino la mirada de los otros, la cercanía indiferente de los otros con tu persona y siempre me pregunto si alguna vez comprenderán cuánto daría esta mujer por estar circunstancialmente, al menos, a tu lado en una calle, en los pasillos del aeropuerto, en algún asiento de tu avión oyendo cómo me das la bienvenida a bordo.
Te cuento rarezas o coloridos exotismos míos (no creas que no los tengo): hoy vi una paloma rosa. Yo estaba en el Castello, como casi siempre en las mañanas, y ella voló desde la terraza del Castello hacia mí. Se posó en el suelo de baldosas rugosas y giró su cabeza. Entonces la pude ver con todo el sol sobre su espalda, toda rosada, un rosa casi naranja. Tenía ojitos de verano. No me pidas que te explique esta afirmación porque no puedo, pero era así. Si hubiera sido una golondrina u otra ave migratoria yo hubiera jugado un rato con la idea de que tal vez vos puedas verla en África, pero la pobre paloma no tenía pinta de señora muy “viajada”.
Se hizo de noche mientras te escribo . Hay una luna que es más un sol de otoño. Me gusta el otoño, ya te lo he dicho. Me gusta que enciendas el hogar y ver el tono ceniciento e incandescente de los leños. Me gusta retarte y decirte: ¡Basta, mi amor, estoy transpirando y afuera hace mucho frío!
Las nenas están tocando el piano en la planta alta. Cantan y se ríen. Creo que me preparan alguna sorpresa. Recién encendí la farola del balcón y no hacía falta, la luna es más fuerte.
Llaman al teléfono y nadie atiende. Regreso pronto.
Te cuento que eras vos, llamaste para decirme que hacía horas que acababas de aterrizar. Volabas sobre el Índico y viste una luna enorme y amarilla. Volabas en silencio, volviendo con tus ideas hasta nosotras. ¡Qué nada ni nadie profanara la imagen y el momento! De pronto pensaste: ¡Ojalá pueda verla! No sigo escribiendo pues el resto de la conversación la sabes tan bien como yo.
Hoy me iré a acostar con la certeza astronómica de que la luna se ve igual en África y, a veces, nos encontramos en ella. Cosa de adolescentes, no?