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Estamos hechos de palabras.

Palabras que hemos escuchado, hemos dicho, hemos tratado de olvidar, hemos querido decir, hemos vuelto a pronunciar.

Hechos de una historia más narrada que vivida. Porque nuestra historia no es nuestra historia, sino lo que contamos de ella y, así, terminamos convencidos de que es la nuestra.


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viernes, 25 de junio de 2010

Astor y yo

Anoche me fui a dormir con Astor. Suena pecaminoso, pero es cierto.
Amo a Piazzolla. Estoy perdidamente enamorada de Piazzolla. Decir que dormí con él no basta porque su música me invade y me toma por asalto y me provoca, incluso, malestares físicos. Poco me interesan los vulgares panegíricos de una argentina en Europa que llora con el sonido de un tango. Nada más lejos.
Sucede que en la tarde del miércoles fuimos a ver en familia El Castello Ursino. Un castillo medieval emplazado en pleno centro histórico de Catania. Es bello, conmovedor, fascinante. En medio de un patio interno había tirados en el suelo frisos con escrituras griegas del S II A.C, ánforas, máscaras romanas, todo rodando entre los adoquines de piedra lávica, esperando una clasificación arqueológica.
Escrutando de cerca intenté comprender qué decían aquellos pedazos de carrara y por una vez en la vida pude jactarme de que “para algo sirve saber lenguas muertas”. Qué tanto!
El recorrido fue muriendo de a poco. Pasamos por cárceles, habitaciones; vimos pinturas, sacamos fotos. Yo me senté varias veces y simplemente me dediqué a imaginar la vida que habría transcurrido entre esos muros… Va, esas cosas que se hacen en ciertos lugares que nos conmueven.
Nos retiramos del Castello con una agenda cultural en las manos ya que en el estío allí se llevan a cabo espectáculos varios.

“Segundo sábado de junio Flam & Co ejecuta a Astor Piazzolla. 19:30 Hs.”

Caía una llovizna cálida sobre la plazoleta cuando estacionamos. Él y yo. Las nenas en casa. Las puertas del Castello “cerradas”. Tuve pánico. Imaginé un: “se suspendió”, pero era aún peor. Estaba lleno y cerca de veinte personas que se mojaban en la puerta discutían y luchaban con el portero para que los dejara entrar. Apelando a mis antiguos bríos de recitales rockeros ( en los que, luego de saltar alambrados, terminaba frente al escenario) logré llegar hasta la puerta misma. Allí permanecí tratando de entender qué sucedía: Aquí no se discute en italiano, se grita en siciliano, que es muy distinto.
Nadie se resignaba y por eso aguardamos en la puerta cerca de veinte minutos. La llovizna volvía mortecinos los faroles de hierro de la placita y los cafés de los alrededores estaban envueltos de niebla. “Prego, signore!”, alcancé a decir en un instante en que la puerta se abrió y vi la cara monstruosa del que nos vedaba la posibilidad de escuchar a Astor en aquel sitio.
¿Entendería él, por un instante siquiera, de qué me estaba privando a mí? ¿Había forma de alcanzarle mis motivos y que se compadeciera de ellos? Definitivamente no. Entonces, con la puerta entreabierta, mientras los demás parloteaban sus exigencias me dediqué a oír lo que escapaba de la sala y lo que salía era todo él. No Argentina, él: furioso, incomprendido, envidiado, exiliado del canon tanguero, dolorido, suave, ciclotímico, violento, templado, dulce (sí, dulce), perdonado tardíamente, conmovedor. Me cubrí la cara con el pelo largo que siempre me ha guarecido, bajé la cabeza y resistí bastante bien las lágrimas. Alcancé a escuchar los últimos acordes de Invierno Porteño.
¿Cómo es posible tanta belleza? ¿Dónde nacen la música, los sonidos y los “ruidos” que encienden los instrumentos de Astor?
Me identifico con él. Me reconozco en la manera que pasa de la furia a la ternura, en el modo en que asusta y aún se hace amar, en la cercanía que provoca su gesto distante y altanero, en la transfiguración que lo abarca cuando el arte lo completa. Agradezco no haberlo visto nunca en la vida porque de ser así me hubiera perdido absolutamente.
No tiene sentido narrar que finalmente entramos más que para decir que lo que se veía era sublime, sólo por una razón: en un castillo de ochocientos años, junto a una escultura colosal de carrara, seis tipos hacían música y más de cien los mirábamos. Yo amé la escena, muy probablemente porque vengo de lugares jóvenes y lo viejo me conmueve, como me conmueven los ancianos en las plazas, junto a los niños en las hamacas.
De Piazzolla no tocaron nada más que aquello que se fugó y oí entre las maderas feudales, con el cabello mojado, frente a la fosa que se llenó de lava en la última gran erupción del Etna.
Esa noche yo no acudí a un recital: tuve finalmente una cita a hurtadillas con Astor y le robé un beso en la puerta cancel.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Piazzolla en un castillo feudal, entre lluvias y prohibiciones de entrada!!! Es demasiado lindo!

Anónimo dijo...

Aunque digas que NO y que una argentina en Europa no importa, ni el tango te tira a llorar en la distancia... No lo creo tan así. Creo más bien que tratás de esconder la nostalgia.
Me encantó!!!!!

Anónimo dijo...

Grande Astor!
Era un apasionado y encima "sigue levantando" después de muerto.
Maestro!!!!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

Qué bueno!
Piazzolla se sentiría honrado de oir leer esto.

Anónimo dijo...

Noelia dice:
"Cierto que para algo sirven las lenguas muertas"

Anónimo dijo...

En Nuestra Argentina, nos damos cuenta de la grandeza de personas que hicieron grandes cosas por nuestro Pais, cuando no los tenemos.
ASTOR ESTA VIVO EN SU MUSICA Y SU LEGADO, somos un pais Joven, con una gran cultura.

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